Domingo 26º del Tiempo Ordinario
Quiero comenzar afirmando que es evidente que en la actualidad, a pesar de los inmensos esfuerzos que se realizan por erradicar la pobreza, las brechas entre ricos y pobres son cada vez más grandes. Se puede evidenciar y constatar que la riqueza se concentra en unos pocos haciendo que la pobreza sea cada vez mayor y afecte de manera mucho más radical y significativa a un gran número de personas. La concentración de la riqueza en manos de unos pocos ha generado sinnúmero de dificultades a lo largo de la historia: guerras, hambrunas, desplazamientos y muerte son signo de esta realidad que aunque pareciera estar muy lejos, nos toca cada vez más en las ciudades y campos donde se hace evidente e incontrolable.
¿Cuál es el origen de esta situación tan caótica y preocupante?. Podría decirse que es consecuencia de los regímenes gubernamentales injustos, de la ausencia de políticas de estado, de la indiferencia de los hombres y mujeres que no muestran el mínimo interés por abordar y atacar de manera radical esta situación. Desde el campo religioso también constatamos la existencia de acciones y actitudes opuestas que en nada contribuyen a erradicar esta situación; para algunos, la religión tranquiliza las conciencias de tal manera que el pobre siga siendo pobre y el rico cada vez más rico; para otros, la religión se constituye como un elemento liberador que ha de motivar a la distribución justa de los bienes para todos.
Hasta aquí, esta situación de riqueza y pobreza bien podría ser entendida como un asunto de los gobernantes, o de los pastores que deben tomar acciones concretas para abordar la injusticia social generada por esta disparidad en la distribución de los recursos; pero no es así, me parece que la reflexión debe situarse en primer lugar en el plano personal, en lo que cada uno de nosotros como cristiano piensa, entiende, actúa frente a esta situación. Como puntos de reflexión podríamos preguntarnos: ¿Cuál es mi reacción frente a una persona más pobre que yo?. ¿Qué hago cuándo un habitante de la calle me pide que le ayude?. ¿Para salir del paso y evitarme una grosería o maltrato le doy una moneda al que me pide?¿Cómo reacciono cuando alguien de mi familia o mis amigos cercanos cae en desgracia o pasa por una calamidad económica?. ¿Me conformo con "dar algo" por salir del paso o conozco realmente al que me pide?
La respuesta a éstos y otros interrogantes relacionados con nuestra actitud cristiana ante la riqueza y la pobreza la encontramos en la palabra de este domingo que nos invita a comprender esta situación desde lo que Dios quiere y nos invita a realizar. En este sentido podríamos afirmar con toda certeza que “los bienes que tenemos, y que hemos recibido de Dios, no pueden hacernos perder la sensibilidad frente al que tiene menos que nosotros”. En la parábola que hemos escuchado en el Evangelio de San Lucas, es claro que Jesucristo no cuestiona la riqueza del Rico que hacía banquetes y vestía bien, al Señor le interesa mostrar la insensibilidad frente al pobre Lázaro que sufría frente a su puerta: "Y había un pobre, llamado Lázaro, tendido a la puerta y cubierto de úlceras, que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico" (Lc 16,20). La pobreza de Lázaro no era una farsa, o una astuta manera utilizada por el pobre para ganar dinero; esta presencia del pobre en la puerta del rico no es más que una invitación a quien tiene, para que se acerque al que no posee nada; pero pudo más la riqueza que empobreció su corazón haciendo un hombre vil y cruel. A través de éste relato, Dios nos pide que lo escuchemos y tomemos en serio la invitación que nos hace a compartir lo que hemos recibido de él; nos llama la atención haciéndonos caer en cuenta que ningún bien puede hacernos perder de vista el don precioso de la solidaridad y la generosidad que son caminos sólidos para construir un mundo realmente justo en el que la equidad es el fruto de nuestras actitudes y decisiones.
Que no perdamos nunca de vista que nuestra caridad es la que nos abre las puertas del cielo, y que nuestros bienes únicamente son medios para alcanzar el Paraíso. Estamos llamados a ser justos devolviendo en algo todo lo que el Señor con amor y bondad nos ha regalado, sobre todo a quien sabemos, realmente lo necesita. Resuene en nuestro corazón la invitación de San Pablo a Timoteo: "Tu hombre Dios, evita todo esto, practica la honradez, la religiosidad, la fe, el amor, la paciencia y la dulzura" ( 1Tm 6,11).