Domingo 33º del Tiempo Ordinario
Cercanos al final del año litúrgico, la palabra de Dios nos da a conocer una nueva mirada sobre el mundo y la realidad a través de un género literario bastante provocador y poco comprendido: "El género apocalíptico". Por la misma intensidad y fuerza de este tipo de escritura cargada de símbolos, algunos han interpretado que esta forma de escribir se refiere al final del mundo acompañado de fenómenos naturales como el fuego que desembocan necesariamente en la tragedia y la destrucción. Pensar así, es como si creyéramos que el Dios bueno y misericordioso, que siempre ha acompañado a su pueblo y mantiene su fidelidad perpetuamente; al final de los tiempos, decide cambiar su forma de proceder y decide de un momento a otro ajusticiar con su poderoso brazo a todos dejando ver el furor de su venganza.
Por supuesto, la presentación e interpretación de los textos apocalípticos esparcidos en la literatura del antiguo y el nuevo testamento requiere de ciertos conocimientos para ser comprendida en todo su valor e importancia; evitando así confusiones o interpretaciones erróneas que rayan con la imprecisión presentando un mensaje totalmente opuesto a la intención profética y esperanzadora, intención última de este género literario. Lo que busca esta literatura es delatar la insuficiencia de todo aquel que endiosa la realidad, el momento histórico o las personas de todas las épocas o de las situaciones que se viven. Frente al rápido y estruendoso progreso del malvado e injusto, cualquiera podría pensar en un primer momento que la garantía de éxito está asegurada; sin embargo, las permanentes historias de reyes, imperios y poderosos que vio el pueblo de Israel derrumbarse, permitían que la mirada confiada sobre la acción protectora de Dios fuera más fuerte: "Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra" (Ma 3,20a).
También los contemporáneos a Jesús cayeron en la tentación de endiosar su época y lo que en ella se vivía. Frente al magnífico edificio del Templo de Jerusalén, el mismo Señor no dudo en afirmar: "Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra" (Lc 21, ) Si Jesús afirmaba esto sobre del símbolo de la antigua religión, ¿qué podemos decir hoy nosotros, los seguidores del Señor, sobre el poderío estruendoso magnificado por las grandes construcciones de los Bancos o las multinacionales; poderío que en muchas ocasiones nosotros mismos nos hemos encargado de endiosar?.
Ante la mirada oscura y manipuladora que muchos tenían frente a las guerras, epidemias, tragedias y calamidades naturales para aprovecharse de los débiles e inseguros; nuestro Señor inmediatamente salía al pasó diciendo: "Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo Yo soy…no vayáis tras de ellos" (Lc,21, ). Jesucristo sabe que su propuesta salvadora siempre será hostil para un mundo centrado en el tener, poder y placer; por eso, previene sobre ésta realidad a los discípulos de todos los tiempos recordándoles la importancia de permanecer fuertes y perseverantes dándoles la seguridad de su protección: "Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (Lc 21 . También nosotros podemos confundirnos con estos mensajes destructivos y desoladores que nos presenta el mundo actual haciéndonos creer que la destrucción está próxima y que no tenemos esperanza. Podemos incluso caer en la misma tentación de endiosar ideas, personas y situaciones, pensando que van a satisfacer nuestras necesidades olvidándonos que en la gran mayoría de ocasiones, estos “falsos imperios” se derrumban frente a nuestros ojos dejándonos profundos vacíos y decepciones.
Pidámosle al Señor que nuestra confianza y esperanza siempre estén puestas en él, para que trabajemos con todo el empeño en forjar un mundo mejor renovado por el amor de Dios, garantía total de bienestar, justicia y paz.