Domingo 12 del Tiempo Ordinario

21 de Junio de 2020

Jeremías 20,10-13 Salmo 69 (68) Romanos 5,12-15 Mateo 10,26-33


Muy queridos hermanos. Continuando la reflexión y la oración que realizamos cada domingo a partir de las lecturas que nos propone la liturgia; nos encontramos hoy ante una realidad existente desde el mismo comienzo de la Iglesia: la persecución que sufren aquellos que deciden seguir radicalmente a Dios
No es difícil evidenciar esta situación en diversos lugares del mundo. Un ejemplo de ello son las persecuciones y los martirios a los que se ven sometidos los cristianos del Medio Oriente; por su fe en Jesucristo se ven casi que obligados a cambiar de religión para poder acceder a los derechos que tienen como ciudadanos de aquellos países de mayoría Islámica. No menos grave, aunque con menor intensidad, son las persecuciones y sufrimientos a los que se ven abocados algunos cristianos de occidente, región que aunque profesa ser de mayoría católica, también evidencia signos de hostilidad y maltrato a quienes profesan la fe en Jesucristo y en la Iglesia, a quienes con su testimonio de fe, honestidad y servicio al prójimo mostrando con su testimonio que su conciencia está plenamente iluminada y guiada por el amor de Dios que los llevará inclusive a dar la vida por el seguimiento y la fe en Jesucristo. Son valientes en este siglo todos estos cristianos perseguidos, debemos, orar por ellos, ayudarlos y edificarnos con su testimonio de sufrimiento y adversidad para aprender a ser valientes ante las persecuciones que también podemos vivir al tomar en serio el mensaje de Jesús.
Ante ésta situación de persecución que sufren nuestros hermanos cristianos; bien podríamos preguntarnos hoy: ¿Qué hacer cuando se experimenta cualquier tipo de persecución por ser fiel a nuestras tradiciones y a nuestra fe? Veamos las pistas que nos da la palabra de Dios en este domingo para responder a este interrogante. Parece que el profeta Jeremías experimentó una fuerte persecución al cumplir lo que Dios le pedía; el Profeta sufrió y hasta deseo que Dios le quitara la vida, sin embargo, nunca lo abandonó esta certeza: “Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes” (Jr 20,11). También el mismo Jesucristo nos lo indica hoy: “No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse” (Mt 10,26) y luego afirma: “ No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo al infierno” (Mt 10,28).
Es posible que se experimente mucha desolación y hasta injusticia por haber vivido fielmente lo que el Señor nos pide, sin embargo, ese dolor no debe traducirse en rencor o resentimiento frente a Dios, reprochándole su silencio o aparente ausencia frente al mal que se nos comete. Como bien lo afirman las lecturas: Dios es nuestro defensor, nuestra fuerza, nuestra alegría en medio de las dificultades. Nuestra fe en él no permitirá que alberguemos en el corazón rencor alguno o sentimientos de venganza hacia quien nos haya hecho daño, o por quien nos hay causado sufrimiento por alguna persecución.

Ante estas situaciones de dificultad a causa de nuestra fe, pidamos la gracia de ser como Jesucristo: obediente al Padre hasta las últimas consecuencias. Afirmemos nuestra fe en la certeza de que todo lo que se vive de Dios por su poder y su gracia; no olvidemos nunca que él puede transformar todo en bendición y salud para nosotros. Cuántas veces miramos atrás y descubrimos que de una injusticia o maldad que aparentemente nos hicieron, el Señor ha sacado cosas buenas, nos ha abierto nuevos horizontes y hemos visto nuevas posibilidades. Estar en las manos de Dios, confiar en su voluntad es garantía segura que lo que viene siempre es mejor que lo que pasó.