DOMINGO 13 DEL TIEMPO ORDINARIO

28 de junio de 2020

2 Reyes 4,8-11.14-16 a Salmo 89 (88) Romanos 6,3-4.8-11 Mateo 10,37-42

Gracias a esta celebración de fe recordamos hoy la gracia que hemos recibido de Dios cuando fuimos bautizados, y los compromisos que como cristianos hemos adquirido desde el mismo momento en el que fuimos presentados a Dios y la Iglesia por nuestros padres y padrinos.
Por el Bautismo el mismo Señor Jesucristo a través de la Iglesia nos ha constituido como pueblo de la nueva alianza y nos ha llamado a ser profetas. Tal vez esta dimensión de nuestra condición de bautizados no la hemos ejercido demasiado porque pensamos que es más propia del Papa, los obispos, sacerdotes y diáconos; pero no es así, la condición de profetas no está reservada a unos pocos como en el antiguo testamento, es una misión que nos compromete a todos porque así ha querido Dios.
Podríamos preguntarnos ¿cómo debemos asumir este encargo que el Señor nos ha dado en esta época de charlatanes y falsos profetas? Tal vez no tenemos la capacidad persuasiva que otros tienen para convencer y hablar y menos poseemos capacidades extrañas para adivinar el futuro o realizar cualquier clase de truco con el ánimo de convencer; pero poseemos la gracia que hemos recibido en el bautismo y que nos permite ser profetas al anunciar el mensaje amoroso y salvador de Dios, además de denunciar la injusticia en medio de los hombres. Para cumplir con esta misión d dar a conocer la Buena noticia del reino de Dios no necesitamos acudir al proselitismo, no necesitamos convencer a fuerza de proselitismo y espectáculo; contamos con la fuerza del espíritu y con el mensaje del mismo Señor Jesús.
Para ser un verdadero profeta hoy se requieren varias cocas: en primer lugar, tener una relación tan sólida con Jesús que nos lleva a considerarlo como el centro de nuestra vida, además de reconocerlo y aceparlo como el mejor compañero de camino: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí” (Mt 10,37). El verdadero profeta de hoy reconoce que no es perfecto, que carga con dolores y fragilidades en su vida, pero no se victimiza, ni saca excusas para responderle al Señor, al contrario, tiene claro que : “.. el que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí” (Mt 10,38). Además de lo anterior, un profeta no centra su vida en sí mismo, en sus caprichos y necesidades egoístas; él opta por la familia, la pareja, por los más débiles al reconocer que su vida tiene sentido cuando es capaz de dar la vida sin esperar nada a cambio: “El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará” (Mt 10,39).
Ahondando un poco más en los rasgos y características de un verdadero profeta; es necesario indicar que debemos estar convencidos de que hablamos y actuamos en nombre del Señor porque hemos recibido de El la fuerza del Espíritu que os hace vivir como profetas realizando signos auténticos de justicia, fraternidad y reconciliación en un mundo cansado y necesitado del anuncio salvador de Jesucristo. El Señor nos asiste y promete la recompensa anhelada para todo aquel que acoge por nuestra acción profética al único que salva y da verdadera vida: Jesucristo.
Que el buen Dios nos ayude a ser verdaderos profetas en casa, en el trabajo, en la comunidad; que nuestras palabras y acciones anuncien el amor y la misericordia de Dios, además de denunciar la injusticia y la falta de amor y solidaridad existente en medio de nosotros.