II Domingo de Cuaresma

8 de Marzo de 2020

Queridos hermanos. Quisiera proponerles la siguiente pregunta para iniciar la reflexión a partir de la palabra de Dios que hemos escuchado en este segundo Domingo del tiempo de cuaresma: ¿Cómo entender o explicar eso que todo discípulo-misionero ha experimentado y que sale de lo más profundo del corazón? Me refiero a la experiencia profunda en donde realmente escuchamos la voz del Señor.

Los textos que se han proclamado hoy, escritos en épocas muy diferentes y lejanas en el tiempo con el ropaje literario propio de la mentalidad hebrea, intentan mostrar al creyente de todos los tiempos que la gracia de Dios, esa “gracia que nos ha sido dada desde la eternidad” (2 Tim 1,9b) es un regalo del infinito amor de Dios hacia nosotros. Este hermoso regalo de Dios ha sido dado a todos los hombres en todos los tiempos.

Tomando uno de los ejemplos que hemos escuchado hoy, resulta interesante preguntarnos, por ejemplo: ¿Cuál fue la experiencia de Dios que tuvo Abrám, para sentirse llamado, escogido y bendecido con su pueblo y salir a lo desconocido? ¿Qué quedó grabado en los cristianos de la primera generación para poder transmitir sin titubear que en Jesús realmente vive la divinidad? Pero además: ¿estas experiencias que narra la Biblia fueron exclusivas de los creyentes de esos tiempos? Puede ser que el análisis literario e interpretativo de estos textos nos distraiga pues son escritos con códigos culturales muy lejanos a los que habitualmente usamos; sin embargo, están muy unidos a nuestra experiencia; por ello comprendemos como las preguntas que hacemos sobre la experiencia de Abrám son resueltas por el mismo Jesucristo porque ayer y hoy y siempre, Jesucristo, el hijo amado del Padre, se sigue manifestando en nuestras circunstancias personales y en cualquier época de nuestra vida, para que apartándonos de nuestras rutinas, podamos en ciertos momentos descubrir que Él es divino, que su palabra y todo Él procede del Padre y que quiere habitar plenamente en cada uno, desinstalándolo de sus comodidades para convertirse en servidor de su Reino. Tanto Abrám como los primeros Cristianos se sintieron llamados, acogieron y respondieron a la misión, hecho que les permitió inscribir en sus corazones el amor que Dios le había dado a tal punto que quienes vivieron con ellos lo reconocieron y fueron capaces de continuarlo.

Estas experiencias, como las del relato de Abrám, no pueden ser para “quedarnos ahí, haciendo tres tiendas”. Jesucristo pide que bajemos del monte, porque es necesario que el creyente que ahora posee ese tesoro ( la voz de Dios en su corazón), sea capaz de comunicar a los otros lo que ha visto y ha oído. ¡Cuidado ¡ no es el fin del mundo, ni la tragedia épica del bien y del mal lo que Dios revela; al contrario, la voz de Dios tiene que ver mucho, muchísimo con la opción amorosa y protectora del Señor con nosotros su pueblo, que ha visto la grandeza de su Dios.

Dios se ha revelado y manifestado en Abrám y los antiguos profetas. Lo hizo de manera única en su hijo Jesucristo, modelo de amor y seguimiento al padre; ahora, nosotros, los cristianos católicos, estamos llamados a continuar con alegría y entusiasmo con la misión que se nos ha dado llevando el mensaje de salvación, amor, ternura a todas las comunidades a las que pertenecemos; por ello, en este tiempo de cuaresma iluminado por el mensaje del segundo domingo, los invito, no a explicar el mensaje, sino a hacerlo vida con las actitudes propias de este tiempo: ayuno, oración y abstinencia.

Que como María, en el silencio del corazón, hagamos vida el mensaje y la misión que hemos recibido.