Miércoles Santo

8 de Abril de 2020

Isaías 50,4-9a Salmo 69 Mateo 26,14-25

"Uno de los doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes" (Mt 26,14).Es uno del círculo más íntimo de Jesús que lo entregará; así se abre el Evangelio de hoy. Todo se ha dicho de Judas Iscariote a favor o en contra de su decisión de entregar a su Maestro. Sin embargo las lecturas de los días anteriores han hecho una precisa descripción de quién es: un ladrón. La pregunta a los jefes de los sacerdotes: "¿qué me dais si os lo entrego?"y la respuesta de los mismos, lo confirma: "Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata" (Mt 26,15)

La afirmación de Jesús en la cena de despedida, pone de manifiesto su conocimiento sobre lo que va a suceder: "Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar"(Mt 26,20). Aun esta afirmación que alarma a los discípulos manifiesta que todavía el traidor puede reversar su intención, puede comer del mismo plato y beber del mismo Cáliz de Jesús anunciando el Reino a los más pequeños y necesitados. Jesús apela a la libertad de sus discípulos a los que continuamente les enseñó el peligro de las riquezas, el optar por Dios como su Señor y no por el dinero para que no sea la motivación satánica del dinero la que oriente sus decisiones. Sin embargo en el corazón de Judas, como en el de cualquier seguidor de Jesucristo, cuando se deja que la fuerza maléfica del dinero invada la vida y rija todo lo que se hace, surge de parte de Dios el mismo lamento: ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!(Mt 26,24)

El plan de Dios no se frustró por la triste decisión de Judas, ni Jesús cambió su voluntad de llevar hasta las últimas consecuencias el Amor salvífico de su Padre a la humanidad. Ninguna circunstancia, por más poderosa que ella sea, va a cambiar la manera en que Jesús asumirá los acontecimientos siguientes. Las primeras generaciones de creyentes lograron a través de textos como el de la primera lectura de hoy de Isaías, expresar con mucha precisión la manera como el Señor entendió estos momentos de crisis; por ejemplo: " El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado" (Is 50,7).

La seguridad que tenía el Señor Jesucristo en Su Padre del Cielo, le daba garantía para vivir cualquier situación con la paz y la serenidad que solo vienen de Dios mismo; por eso recojamos nuestra vida, como lo hicieron los primeros cristianos al recordar y hacer presente el sacrificio de Jesús, teniendo los mismos sentimientos del Maestro: "Sabed que me ayuda el Señor: ¿quién me condenará? (Is 50,9)