Solemnidad de la Santísima Trinidad
Después de la maravillosa celebración de Pentecostés en la que participamos el domingo pasado, la Iglesia nos hace partícipes en este nuevo domingo, de otra importante solemnidad: la de la Santísima trinidad. Este “misterio” como es conocido guarda para nosotros una inmensa riqueza que como hombres y mujeres de fe, debemos intentar descubrir en todo su real y verdadero significado para así, poderlo asimilar y hacerlo real en nuestra propia vida.
Por mucho tiempo al hablar de la Santísima trinidad se buscaba memorizar lo que el catecismo Astete decía de la misma: "Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero". Esta comprensión de la trinidad, cierta de por sí, pretendía sintetizar en una frase la reflexión hecha de manera intensa y seria durante mucho tiempo por los padres y doctores de la Iglesia; quienes, fruto de la oración y la reflexión pudieron llegar a esta afirmación sobre el misterio de Dios. Con ello también se quería mostrar como el intentar “demostrar” el misterio del Dios uno y trino, sobrepasaba las explicaciones que el hombre podría dar dado que este misterio es considerado como “inefable”; es decir, no existen palabras para definir lo que Dios es porque él lo trasciende todo y es superior a todo. Estos acercamientos al misterio de Dios hechos por filósofos y teólogos, sobre todo del mundo occidental, mostraban la complejidad del lenguaje empleado cuando se habla de Dios; sobre la perfección del mismo; sin olvidar que, al igual que nuestra "compleja vida" solo puede ser entendida desde el Dios misterioso y trascendente.
Con el Vaticano II y la reflexión teológica post conciliar, la Iglesia en su inmensa sabiduría pudo mostrarnos un camino menos complejo para comprender el misterio del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. A Dios nos acercamos y lo conocemos de la forma como Jesucristo lo ha revelado: amando, entregándose y salvando a la humanidad. "Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí"(Jn 16, 15). Las palabras que escuchamos tomadas del Evangelio de San Juan nos permiten reconocer a Dios como un padre cercano; él no es un Dios lejano y escondido de los hombres al que no se puede conocer; al contrario, el mismo Jesús confirma que Dios siempre está cerca, que existe solo para donarse, entregarse y dar vida por sus hijos, por todos y de manera especial por los más pobres, humildes y necesitados. Desde siempre ha hecho suya la causa de la humanidad: "jugaba con el orbe de la tierra y mi alegría era estar con los hombres" (Pv 8,31).
Hoy más que nunca es necesario aprender a relacionarnos de una manera cercana con Dios como nos lo ha enseñado su hijo Jesucristo por la fuerza del Espíritu Santo. Para creer en Dios no es suficiente estudiar y aprender de memoria toda la vasta tradición teológica que la Iglesia ha realizado durante éstos siglos; es necesario relacionarse con él de una manera sencilla, amigable y confiada; poniendo en sus manos lo que somos y confiados en que su Espíritu nos guiará por el camino que conduce a él. Dios no es un ser castigador al que hay que tenerle miedo porque no lo conocemos y porque no podemos llegar a él. El Padre buenos nos ha demostrado a lo largo de la historia de salvación que su fidelidad, amor y misericordia duran por siempre. El mismo Dios se ha dejado ver y ha confirmado quién es, cómo actúa y qué piensa de nosotros a través de la vida de Jesucristo: "Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios" (Rm 5,2).
Dios, nos dio a su Hijo amado Jesucristo, quién cumpliendo la voluntad de su Padre murió y resucito para darnos una nueva vida que ha confirmado al dejarnos al Espíritu Santo que con su fuerza nos impulsa y nos guía por el camino que conduce al Padre. Que el Espíritu de Dios que Jesús nos ha concedido nos impulse a todos a construir una relación sólida y auténtica con el Padre del cielo, que el mismo Espíritu nos conduzca por el camino trazado por Jesús para llegar al Padre.
Más que buscar explicar el misterio de Dios, vivamos el amor del Padre, del hijo y del Espíritu Santo; que la caridad y la fraternidad sean nuestra forma de mostrar el misterio a quienes aún no lo conocen; para que siendo conscientes de su presencia en nuestra vida, podamos permitir que el amor de la santa Trinidad se manifieste continuamente en nuestras relaciones de justicia, paz y respeto por la dignidad de los otros. Para que el mundo crea en el Dios verdadero tenemos que evidenciar a través de nuestras buenas acciones que creemos y vivimos amando de la misma forma como él lo ha hecho.